Noches Lejanas
Noches Lejanas
Mucho tiempo atrás, comencé a entender que las palabras por si solas, poco significan.
Ellas, motivadas vaya a saber por qué, se fueron agrupando y crearon un montón de fantasías.
Esas voces se callaron (hoy suenan otras) pero me gustarí­a que este sea el Arcón, donde poder depositarlas...
lunes, mayo 10, 2004
 
Abuela

Hace cinco años una mujer maravillosa por donde uno quisiera sentirla, decidió que ya era tiempo de dejar de observar desde el abajo que su cabeza gacha le indicaba y se elevó, como el hada que siempre fue, para mirarme desde algún otro lugar y allí dedicarse a hacer lo que en realidad siempre hizo, cuidar a las personas que amaba.

Su camino la vio, desde muy pequeña crecer desde la orfandad en el seno de una familia prestada; allí, seguramente habrá forjado su idea de familia como contención, como comprensión y como amor lateral y vertical con la misma profundidad, si es que esta fuera mensurable, ya que parecía infinita.

Hacía ya dieciocho años que la estaba esperando el amor de toda su vida en ese nuevo hogar, ese que tuvo la picardía de descansar primero, ése que en su partida le dejó un pañuelo lleno de lágrimas e hijos y nietos que la hicieron aferrarse a la vida hasta verlos tan derechos como ella fue.

Cuando estaban llegando los bisnietos, no quiso importunar mas; cansada de los olvidos y las caídas que le habían jugado malas pasadas, esperó hasta quedarse sola un ratito y se durmió. Los pañuelos mojados fueron entonces nuestros, pero ella ya no estaba para consolarnos, o si?.

Quisiera ser un poco de lo noble que ella fue, quisiese tener un pedacito de su bondad extrema, me gustaría poseer algo de su fortaleza infranqueable, desearía una pizca de su férrea voluntad, pero esos ideales son tan difíciles de alcanzar como el sabor de su salsa o la ternura de su estofado (producto del contagio será).

Sólo me queda, entonces, seguir el camino que ella trazó para que nunca deba avergonzarse del nieto que tuvo.

Varios años antes, conmovido como siempre estuve con esa mujer de rodete gris y cara arrugada, de sonrisas serias y lágrimas escondidas, de palabras fuertes y caminar lento le hice un regalo que me agradeció desde sus silencios mostrándolo toda vez que la iba a visitar y guardándolo junto a su mas preciado tesoro, la voz de mi abuelo en un cassette.

El regalo fue este:

Quizás fueron traviesas arañas,
descolgándose de nubes infinitas
quiénes tejieron de plata,
tu larga cabellera.

Tal vez, ¿Por qué no?,
son los duendes de la vida
descansando en tus hombros
los que te hacen caminar
con la cabeza gacha.

Puede ser también,
que terremotos de luz
hayan dibujado incordiosamente
caminos de arrugas por tu cara.

Existirá, supongo,
el pintor mágico
que en una noche
capturó y te regaló,
esa dulce mirada triste.

He de entender, otra vez,
que las fuerzas de las tribus
reposando en tus ancestros
te hayan confiado sus secretos
para que puedas volar.

Y acepto, sin preguntas,
que viajeros de otros mundos
te enseñaran en los cielos
el silencio del perdón.

Lo que no se, y seguramente
nadie puede comprender,
es quien construyó,
como por arte de magia,
ese, tu inmenso corazón.


Si ella estuviera acá hoy, seguramente agarraría un diskette, se daría vuelta, y sin decir nada, lo iría a guardar entre sus tesoros; después, cuando estuviera sola, lo sacaría y se pondría a llorar unas lágrimas muy parecidas a las que se me están resbalando ahora.

Abuela Carmen, te extraño.

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